Creador y Creación: el Lenguaje de la Génesis (parte 2)

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El siguiente artículo es el segundo de los dos artículos que componen la serie «Creador y creación»:

  1. Creador y creación: el lenguaje de la génesis
  2. Creador y creación: el lenguaje de la génesis (parte 2)


Leamos a continuación la conclusión de la serie «Creador y creación: el lenguaje de la génesis», comenzando con el resto de la cita de El sobrino del mago, de C. S. Lewis:

Pronto hubo luz suficiente para que pudieran verse los rostros. El cochero y los dos niños estaban boquiabiertos y les brillaban los ojos; escuchaban embelesados el sonido y daba la impresión de que les recordaba algo. El tío Andrew también estaba boquiabierto, pero no de alegría; parecía más bien como si su barbilla se hubiera desencajado del resto de la cara. Tenía los hombros encorvados y le temblaban las rodillas; no le gustaba la voz, y si hubiese podido alejarse de ella introduciéndose en el interior de la madriguera de una rata, lo habría hecho. Por su parte, la bruja parecía comprender la música mucho mejor que ninguno de ellos. Tenía la boca cerrada y apretaba con fuerza labios y puños. Desde el mismo instante en que se inició la canción había percibido que todo aquel mundo estaba lleno de una magia distinta de la suya y más poderosa, y lo odiaba. Habría hecho pedazos todo el mundo, o todos los mundos, si con ello hubiera podido detener la canción. El caballo permanecía allí con las orejas bien erguidas al frente y en movimiento. De vez en cuando resoplaba y pateaba el suelo, y ya no parecía un viejo y cansado caballo de cabriolé; en aquellos momentos era fácil creer que su padre había participado en batallas.

Por el este, el cielo cambió de blanco a rosa y de rosa a dorado. La voz creció y creció, hasta que todo el aire se estremeció con ella, y justo cuando alcanzaba el sonido más potente y glorioso que había producido hasta el momento, el sol se alzó.

Digory no había contemplado jamás un sol como aquel. El sol que brillaba sobre las ruinas de Charn daba la impresión de ser más viejo que el nuestro: este parecía más joven. Uno podía imaginarlo riendo feliz mientras se alzaba. Y a medida que sus rayos recorrían la tierra, los viajeros vieron por primera vez en qué clase de lugar se encontraban. Era un valle por el que serpenteaba un río amplio y veloz, fluyendo hacia el este en dirección al sol. Al sur había montañas, al norte colinas más bajas. No obstante, era un valle de simple tierra, rocas y agua; no se veían árboles, ni arbustos, ni una brizna de hierba. La tierra tenía muchos colores: colores frescos, cálidos e intensos, que hacían que uno se sintiera emocionado… hasta que vieron al cantor, y entonces olvidaron todo lo demás.

Era un león. Enorme, peludo y radiante, se hallaba de cara al sol que acababa de alzarse. Cantaba con las fauces abiertas de par en par y se encontraba a unos trescientos metros de distancia.

Peter Kalkavage escribe un texto corto (en inglés), publicado en A Classical Conversation, que ahonda en la relación entre la música y la matemática.

En su libro Towards a Theology of Beauty [En busca de una teología de la belleza], el sacerdote jesuita John Navone describe cómo la belleza nos llama a contemplar la verdad: «La ‘gloria’ de Dios se da a conocer donde sea que la verdad, la bondad y la belleza de Dios nos atraen, llaman, transforman y deleitan. La belleza de Dios irradia la verdad y bondad de Dios y atrae a toda la creación hacia sí misma».

El mejor libro que he leído en la primera década del siglo XXI es The Evidential Power of Beauty [La evidencia del poder de la belleza], de Thomas Dubay. Dubay fue un cura marista amante de las artes. En este libro excepcional, él cita a físicos, astrónomos y matemáticos que reconocen que la belleza nos lleva hacia la verdad, y narra un fenómeno científico fascinante que revela la correlación entre la verdad y la belleza: cuando estos científicos, en medio de su investigación, empiezan a ver belleza, ya sea a través del microscopio, el telescopio o la pantalla de su computadora, saben que están cerca de alcanzar una verdad objetiva.

Por ejemplo, Dubay cita a Richard Feynman, el premio Nobel de Física conocido por su investigación sobre electrodinámica cuántica, quien dijo: «Es posible reconocer la verdad por su belleza y simplicidad». Hallamos un concepto similar en la frase de The New Story of Science [La nueva historia de la ciencia], el libro de Robert Augros y George Stanciu: «Todos los físicos más eminentes del siglo XX coinciden en que la belleza es el estándar primario de la verdad científica».

No todos los científicos que cita Dubay son teístas, pero todos reconocen la verdad cuando la ven. La Verdad, la Belleza y la Bondad no pueden separarse. Si desea leer más sobre este tema, encontrará más información en el sitio web de God and Science (en inglés).

Nuestra querida amiga Dr. Elizabeth Youmans lo explica de la siguiente manera en su artículo The Fine Arts and Literature [Las bellas artes y la literatura]:

En las naciones donde la Biblia ha sido una gran influencia sobre el lenguaje, la ley y la cultura, las bellas artes reflejan belleza, verdad y bondad moral. Cuando la Biblia no ha sido una influencia sobre ellas o ha sido arrancada del sementero de la lengua y la cultura, las bellas artes reflejan la corrupción y la decadencia de la belleza, la verdad y la bondad moral.

Si queremos saber más sobre este tema y comprender cómo hizo Dios que la creación existiera por medio de su palabra, será de mucha ayuda leer al matemático, filósofo y teólogo William A. Dembski, un cristiano instruido en múltiples disciplinas que logra introducir una perspectiva única en el estudio de la creación. Muchos científicos son cristianos dualistas o ateos; por ende, su pensamiento está «ensilado». Por el contrario, Dembski, libre tanto del dualismo como del naturalismo, puede hablar de la matemática como el lenguaje de la creación desde una mentalidad integral.

Lo primero que nos sorprende es cómo Dios crea: él habla y las cosas suceden, y es singularmente apropiado que así sea. Todo acto de creación concretiza una intención de un agente inteligente. En nuestra experiencia, las intenciones se concretizan de muchas maneras. Los escultores concretizan sus intenciones cincelando la roca; los músicos, escribiendo notas en papel pentagramado; los ingenieros, trazando planos; etcétera. Sin embargo, a fin de cuentas, toda concretización de una intención se realiza a través del lenguaje. Por ejemplo, una serie de instrucciones precisas expresadas en un lenguaje natural le dirán al escultor cómo modelar la estatua, al músico cómo registrar las notas y al ingeniero cómo dibujar los planos. De este modo, el lenguaje se convierte en el medio universal para concretizar intenciones.

Al tratar el lenguaje como el medio universal para concretizar intenciones, debemos tener cuidado de no concebirlo en un sentido estrictamente lingüístico (es decir, como una secuencia de símbolos manipulados mediante reglas gramaticales). El lenguaje que sale de la boca de Dios en el acto de la creación no obedece a una convención lingüística. Más bien, como lo explica el Evangelio de Juan, es el Logos divino, la Palabra (el Verbo) que en Cristo se hizo carne y por medio de la cual todas las cosas fueron creadas. El Logos divino subsiste por sí solo y no se ve coaccionado para crear. Para que esté activo en la creación, Dios debe pronunciarlo. Ese acto de habla siempre impone una autolimitación sobre el Logos divino. Podemos ver una clara analogía en el lenguaje humano. Así como todas las enunciaciones de nuestro idioma excluyen las afirmaciones que no se han enunciado, cada palabra divina que Dios pronuncia excluye las posibilidades que habría en las palabras del Logos divino pero que él no ha pronunciado. Además, así como no hay hablante humano que pueda agotar las palabras de nuestro idioma, cuando Dios crea emitiendo su palabra divina nunca agota el Logos divino.

Puede leer más sobre estos conceptos en el artículo de Dembski publicado en 1989, The Act of Creation [El acto de la creación] (disponible en inglés), y en su libro The End of Christianity [El fin del cristianismo], publicado en 2009.

No nos equivoquemos, el materialismo ateo de los modernos no tiene un fundamento absoluto para la Verdad, la Bondad y la Belleza. Para ellos, todo es relativo. Lo mismo sucede con la visión posmoderna de la adoración de la creación. Ninguno de esos paradigmas alternativos tiene fundamentos para la Verdad absoluta, la Bondad y la Belleza. Sus dioses son pequeños.

El universo existe porque hubo un Creador infinito y personal que lo concibió en su mente, que tuvo la voluntad de crearlo y que habló para hacerlo realidad.

Como cristianos, no debemos dejarnos intimidar por las alternativas. No son más que ilusiones débiles que no se condicen con la realidad. Rechacemos esas mentiras: venzámoslas con una vida de Verdad, Belleza y Bondad.

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