El Poder Destructivo de la Narrativa: Un Ejemplo de la Historia Americana

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Scott Allen explora el problema de cómo las narrativas han reemplazado progresivamente a la verdad en la sociedad occidental.

¿Conoce de verdad la historia americana?

¿Qué ideas le vienen a la cabeza cuando piensa en los colonos puritanos que se asentaron en Nueva Inglaterra? ¿Cómo les describiría?

De niño, mis pensamientos sobre los colonos de Nueva Inglaterra fueron conformados casi exclusivamente por la festividad de Acción de Gracias. Sabía que viajaron a América a bordo del Mayflower. Vestían sombreros negros altos y zapatos de cuero con hebillas y, una vez, celebraron un gran festín junto con los habitantes nativos para dar gracias a Dios por una cosecha abundante.

Para cuando terminé la universidad, esta sencilla imagen, se había expandido y al mismo tiempo vuelto negativa casi por completo. ¿Qué cambió? Francamente, no recuerdo haber leído tanto sobre los colonos de Nueva Inglaterra durante mis 16 años de escolarización. (escolarización; es decir, no educación; hay una diferencia.) Sin duda, no le presté tanta atención como debería a las clases sobre el tema, y puede que solo echara un vistazo a algunas de las lecturas asignadas. Dicho esto, recuerdo al menos tres fuentes de información que alimentaron esa imagen negativa: estudié en cierto detalle los infames Juicios de las Brujas de Salem. Leí un terrorífico sermón de Jonathan Edwards titulado “Pecadores en las Manos de un Dios Furioso”. Y estudié la famosa novela de Nathaniel Hawthorne, La Letra Escarlata.

En general, os estudios de historia americana agrupan a los colonos de Nueva Inglaterra con otros inmigrantes europeos en cuanto a cómo trataron a los habitantes nativos. Eran gente codiciosa y etnocéntrica que usaron sus “pistolas, gérmenes y acero” (para tomar prestado el provocativo título del libro de Jared Diamond) para robar la tierra y oprimir a los nativos americanos.

Para cuando terminé la universidad, tenía la misma imagen básica de estos “WASPs” [1] que la mayoría de mis amigos y profesores. Eran opresivos fanáticos religiosos. En otras palabras, eran “puritanos”, un insulto denigrante que aún se usa para describir a gente así.

Varios años más tarde, por diversas razones, mi interés en los puritanos se reavivó cuando leí libros que no me habían dado a conocer en la escuela. Libros como “Of Plymouth Plantation[2], de William Bradford, uno de los primeros gobernadores de la Colonia de Plymouth. Bradford me intrigó. Sin duda era devoto, pero no parecía “puritano”. Su coraje, perseverancia, sabiduría y disposición a sacrificarse por el bien de los demás (incluyendo a los nativos americanos) desafió profundamente mi estereotipo.

Quise saber más, así que leí una excelente biografía de Bradford escrita por el Profesor Gary Schmidt de la Universidad Calvin (William Bradford: Plymouth’s Faithful Pilgrim[3]), que solo hizo profundizar mi aprecio por este hombre imperfecto, pero heroico. También leí el famoso sermón del líder colonial John Winthrop, “Un Modelo de Caridad Cristiana”, y me sentí profundamente inspirado. A continuación llegó “Jonathan Edwards: A Life”[4], del renombrado historiador George M. Marsden. Descubrí que Edwards fue, quizá, el teólogo más excelente que América haya producido nunca, y aún así no sabía casi nada sobre él. Me conmovió su fe vibrante, apasionada, así que empecé a leer libros del propio Edwards, como “The Life and Diary of David Brainerd,”[5] que trata de un joven y heroico misionero que dió su vida para compartir a Cristo con los indios de Delaware. Leí también sobre William Penn y el asentamiento cuáquero de Pennsylvania, fascinado por cómo vivieron en paz con los habitantes nativos, incluso rehusando defenderse cuando les atacaban.

Para entonces, ya estaba enganchado. Pasé a estudiar el movimiento puritano en Inglaterra. Leí El Progreso del Peregrino de Bunyan. Leí historias de John Wesley y George Whitfield, y cómo Dios les utilizó (junto con Jonathan Edwards) como catalizadores del Primer Gran Despertar a ambos lados del Atlántico. Leí libros de teología escritos por puritanos y sobre puritanos, incluyendo fragmentos de A Quest for Godliness: The Puritan Vision of the Christian Life[6] de J. I. Packer.

Con el tiempo, mi impresión de los colonos cristianos de América se transformó. Sin duda eran gente imperfecta, pero comparados conmigo, eran gigantes espirituales. Llegué a ver que mucho de lo que es bueno, verdadero y hermoso en América se remontaba directamente a esta gente, a su cosmovisión específicamente bíblica, y a las instituciones y cultura que ellos establecieron.

Cuando miro atrás a mi escolarización formal, me doy cuenta de que no se me enseñó tanto historia como una narrativa en particular. En la primera entrada de esta serie, describí brevemente el concepto y características de estas narrativas. Mi enseñanza en la escuela sobre la historia de la Nueva Inglaterra colonial nos da un buen ejemplo de cómo funcionan estas narrativas.

Primero, esta narrativa tiene personajes definidos y una distinción sin ambigüedades entre buenos y malos, opresores y oprimidos. Los malvados opresores son los puritanos. Las víctimas oprimidas son los nativos americanos. Los héroes son académicos e historiadores modernos que están dejando las cosas claras con su crítica iluminada de la era colonial americana.

Segundo, esta narrativa proporciona un excelente ejemplo de distorsión. Se basa en cierto grado de verdad: sí, los Juicios de las Brujas de Salem, trágicamente, ocurrieron. Sí, hay ejemplos desgarradores de colonos puritanos tratando a los nativos americanos de forma inhumana. Sí, los puritanos pudieron caer en la trampa del fariseísmo. Pero, ¿es esa la imagen completa? Ni se acerca.

Al fin y al cabo, la imagen que plasma la narrativa deja tanta información fuera como para ser intencionalmente engañosa. Solo se presentan los hechos que respaldan la narrativa. Aquellos que la desafían son ignorados. Así, nunca se me expuso a un libro tan básico para entender este período como “Of Plymouth Plantation,” y solo se nos asignó como lectura un único sermón de Jonathan Edwards (aquel que, de forma nada sorprendente, se alineaba más de cerca con la narrativa). Sin embargo Edwards escribió de forma prodigiosa, y sus escritos dieron forma al curso de la historia americana, pero eso no importa. Esto también explica por qué nunca se me dió a conocer la destacable transformación social y cultural que resultó del Primer Gran Despertar. Sabía muy poco de estos hechos históricos, y virtualmente nada de sus figuras principales, John Wesley y George Whitfield… ¡y me estaba graduando en historia! Solo supe más de la historia de este período muchos años después de licenciarme.

¿Qué le ocurrió a la enseñanza de historia americana en la década de los 50?

Si las narrativas son herramientas usadas para cumplir un propósito, ¿cuál es el propósito de esta narrativa en particular? ¿Por qué la enseñanza de historia americana en general cambió tan dramáticamente a partir de los años cincuenta? ¿Quién estuvo tras este cambio, y cuál era su agenda?

Sigo intentando comprender esto. En parte, puede explicarse simplemente por el cambio de cosmovisión en América hacia el ateísmo secular. Esta cosmovisión ya se había establecido en los departamentos de humanidades de casi todas nuestras principales universidades cuando yo asistía a la facultad, hace más de 20 años, y todavía más hoy en día. Entonces, y ahora, la “Teoría Crítica” reemplazó el estudio de la Civilización Occidental. Sus raíces se remontan a los años 30 y a los teóricos sociales de la Escuela de Frankfurt.

Esta misma semana he sabido que el currículum del Posicionamiento Avanzado de Historia Europea (APEH), recién emitido por el poderoso e influyente Consejo de Universidades, refleja esta misma enseñanza de historia altamente distorsionada e imprecisa. Los editores de la National Association of Scholars (Asociación Nacional de Eruditos) describieron este nuevo currículum estandarizado para institutos de este modo: “Mucho del pasado europeo desaparece… Colón está ausente, y Churchill queda reducido a una sola mención. El Consejo de Universidades narra la historia europea como el triunfo del progresismo secular, y echa a un lado el ascenso del continente a lo largo de los siglos hasta la libertad política y la prosperidad.”

Reflexionando de nuevo en mi instrucción formal, creo que fui más manipulado que educado en cuanto a la historia. Esto contribuyó significativamente a la decisión de mi esposa y mía de educar a nuestros hijos en casa. Quería que conocieran su herencia con precisión: lo bueno, lo malo y lo feo. Quería exponerles a libros como el Of Plymouth Plantation de Bradford, así como a muchos otros libros, sermones, personas e ideas que han sido apartados porque no encajan con la narrativa.

Seguiremos examinando la narrativa en la próxima entrada de esta serie, viendo por qué las narrativas están tan extendidas hoy, y qué las convierte en una herramienta de cambio social tan efectiva.

  • Scott Allen

 

[1] N. del T.: Acrónimo de “White Anglo-Saxon Protestants”, blancos anglosajones protestantes.

[2] N. del T.: “De la Plantación de Plymouth”. No editado en español.

[3] N. del T.: “William Bradford: El Fiel Peregrino de Plymouth”. No editado en español.

[4] N. del T.: “Jonathan Edwards: Su Vida”. No editado en español.

[5] N. del T.: “La Vida y Diario de David Brainerd”. No editado en español.

[6] N. del T.: “Una Búsqueda de lo Divino: La Visión Puritana de la Vida Cristiana”. No editado en español.

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